El segundo disco de “El rey del pop” (el primero fue Off The Wall) salió en 1982 y fue el más vendido de la historia de la música. Se calcula que vendió más de 110 millones de copias en todo el mundo, según el Libro Guinness de los Records. Además, ganó 8 discos de platino y 8 Premios Grammy, entre otros premios. La tapa:
También será muy recordado el video de la canción Thriller (dirigido por John Landis) que fue un corto de más de 13 minutos, donde todavía negro y joven Michael se convertía en hombre lobo.
Los que ya pasamos los 40, nunca olvidaremos todo lo que Michael nos hizo bailar al ritmo de esas canciones tan pegadizas. La música de los grandes artistas como él nunca pasa de moda y atraviesa el tiempo. De grande volví a escuchar el disco entero (que me supe de memoria) y entendí mejor su éxito, sus venttas, sus premios: su calidad es superlativa. El bajo del principio de Billie Jean, el ritmo de Don’t Stop ‘Til You Get Enough y aquellos campanazos de Beat It entraron a la historia por la puerta grande. Su música fue pionera al abrir la década pop marcando un camino con un ritmo frenético e impresionante.
Me acuerdo del boom que causó acá ese disco durante 1983. Eran tiempos de la democracia, Alfonsín y en la TV no había otra cosa que Michael, con su estética personal que convirtió en ícono y sello: camperas de colores estridentes arremangadas, anteojos RayBan, un sólo guante blanco de brillantes, esos sombreritos caídos para un costado, los pantalones cortitos con zapatos negros y medias blancas. ¡Era el fuckin pop! Con su talento y carisma, Michael arrasaba con todo. Se codeaba con el estrellato siendo muy chico. Se plantaba en los escenarios desde los 5 años, cuando bailaba con sus hermanos. A principios de los ´80 ya entendía como pocos el mega negocio del “entertainment” y el boom del video clip en TV, que ya empezaba a crecer como bola de nieve en todo el mundo de la mano de MTV y la televisión por cable.
Recuerdo al “break dance” de los negros que daban vueltas en el piso, sus pasitos hacia atrás arrastrando los pies, sus movimientos robóticos. Flaquito y con una fragilidad de cristal, era un bailarín que giraba con la fuerza de un trompo y bailaba como si pesara 20 kilos y flotara en el aire.
Este disco nos sacude el polvo de aquella infancia ochentosa cada vez más lejana y a su vez cada vez más presente. Esos años vuelven siempre que escuchemos ese gritito de Michael. Tan suyo, tan de todos.