Positivad tóxica

por Lalo Zanoni

Se la llama “positividad tóxica” (toxic positivity) y es la imposición del pensamiento positivo como la única solución a los problemas eliminando las emociones negativas.

Según un artículo académico publicado hace tres meses por la National Education Association (NEA) de EE UU, la positividad tóxica puede aumentar los efectos de esas emociones negativas porque cuando una persona no puede sentirse optimista y se siente obligado a serlo, tiende a sentir que algo esta haciendo mal. Que está fallando. «Fallo, no soy feliz, no tengo éxito. Los demás sí. El problema soy yo, que soy un bajón, un loser». Y así en un peligroso espiral hacia abajo.

Las redes sociales -sobre todo Instagram- están plagadas de perfiles que muestran vidas perfectas y que alimentan esa positividad tóxica. Nos hacen sentir que la felicidad y el éxito son moneda corriente, fáciles de alcanzar. Está lleno de frases positivas pero vacías. Entonces pensamos: «Si todos son felices es porque es bien fácil, hay que respirar, focalizar, pensar en positivo, visualizarlo» y listo. 

En IG vemos cuerpos perfectos, runners, mansiones, aviones privados, lujos, viajes, paisajes soñados, comida gourmet, asados casi profesionales, livings de revistas Living, muebles de diseño, carteras y zapatos carísimos, ropa linda, habanos y whiskys importados. 

Sin quererlo ni saberlo, nuestro cerebro las compara con nuestras propias imágenes (no con las fotos que sacamos sino las que vemos a diario con nuestros propios ojos). Y por supuesto, perdemos. No se le puede ganar a una vida falsa.

Todo eso nos hace mal. No porque exista sino porque no es la realidad o, en todo caso, es apenas un recorte de una realidad plagada de otras cosas que, por supuesto, no se muestran. Y además esas fotos perfectas, aunque las veamos todo el tiempo en nuestro timeline, no representan el día a día ni del 1% de la sociedad.

«El pastito del vecino siempre está más verde que el nuestro». Es una vieja frase pero que sirve para entender cómo funciona la cosa. El otro siempre es mejor, más feliz, tiene más todo: suerte, ropa, tiempo libre, duerme mejor, viste mejor, come mejor. Sonríe, respira, viaja, corre, ama a sus hijos, ama a su pareja, escala montañas, hace running, come sano… es feliz!

Pero no.

Lo que vemos en IG es una pantalla, una construcción. Una vida falsa, editada para transmitir eso. Pero no es verdad. Nadie publica su hastío, su cansancio, sus frustraciones ni sus depresiones. Nadie publica una pelea con su pareja. Nadie saca una foto para subir sus preocupaciones, sus defectos, sus traumas o sus miedos.

Pero los sentimientos negativos forman parte del ser humano, igual (o más) que los negativos. Y son necesarios para la construcción de nuestra personalidad.

“Un creciente cuerpo de investigación sugiere que este énfasis en la perfección inalcanzable en realidad tiene un efecto dañino en nuestra salud mental», explicó hace unos años el empresario y académico de Internet Kalev Leetaru. La cuestión es más grave en los adolescentes y jóvenes, quienes todavía no cuentan con las suficientes herramientas para entender el mecanismo ni tampoco tienen bien forjada su personalidad, autoestima, etc. La frustración «porque los demás tienen todo mejor que lo mio», los puede empujar hacia la depresión, angustia y ansiedad.

La vida es un desafío constante. A veces es más fácil, a veces más complicado, según múltiples motivos. No sabemos a quiénes tenemos enfrente. Por eso seamos más amables, más buenos con los demás. No me refiero a la bondad de ayudar donando plata o comprándole biromes a alguien mientras comemos afuera. Me refiero, también, a no subir contenidos que puedan hacer sentir mal a los demás. Que puedan frustrar o enojar. Tengamos en cuenta que más allá de nuestro entorno cercano y directo, en la Argentina la mitad de la gente la está pasando mal o muy mal. Y que por el COVID hay mucha inestabilidad emocional y mental que tal vez no vemos. Pero hay mucha fragilidad. 

Si la suerte (o el esfuerzo, o lo que sea) jugó para nosotros, seamos más contemplativos y antes de subir un habano de 100 dólares o una cartera de 2 mil, preguntémonos «¿Para qué?». 

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