Hace pocos días se presentó Solid, un interesante proyecto «Open source» para construir una internet más libre, abierta, segura y equitativa. Está encabezado por Sir Tim Berners-Lee, uno de los creadores de la Web, una eminencia en el mundo de la tecnología. Desde el prestigioso MIT se propone cambiar radicalmente «la forma en que las aplicaciones Web funcionan hoy en día, lo que resulta en una verdadera propiedad de los datos y una mejora de la privacidad de las personas». Solid busca, entre otras ideas un tanto utópicas, «restaurar el poder de los usuarios en la red». (para más información, lean el artículo que Lee publicó en Medium)
En abril de 2014, la entonces presidenta brasileña Dilma Rousseff y el mismo Berners-Lee como inauguraron en San Pablo el congreso NetMundial, evento que sentó las bases para la Internet que usaríamos en el futuro: más abierta, colaborativa y libre. En aquella cumbre se prometió el ambicioso plan de ampliar la libertad de expresión, garantizarles a los usuarios la pluralidad de opiniones y sus derechos de privacidad y seguridad. Nada menos. Cuatro años después de aquel importante cónclave, ¿qué ocurrió?
En el mundo empresario, varias firmas de IT luchan hace décadas por estas ideas y trabajan para hacerlas realidad. Como Red Hat, una marca no tan conocida a escala masiva (fue fundada en 1993), pero revolucionaria entre los tecnólogos y desarrolladores de aplicaciones, que apuestan a sus productos de código abierto para posicionarse en un futuro en que todo (objetos, autos, casas y ciudades) funcionará en Internet.
Google, Amazon y Netflix, tres paradigmas de este nuevo escenario, crecieron de la mano de Red Hat. Y si bien hay otras firmas de código libre (como VMWare) que compiten en el terreno en el que en vez de patentarse los productos se comparten las fuentes de los sistemas para que todos tengan la posibilidad de usarlos y mejorarlos, Red Hat sigue siendo la más grande, con una facturación anual de casi US$ 2000 millones.
El futuro hacia el mundo libre está echado, y no solo por una voluntad política: los grandes players globales como Microsoft y Oracle, modificaron su cartera de productos para «liberar» algunos de ellos e invierten en la «nube». El sector privado brega por servicios más abiertos y libres. “El valor de la tecnología hoy viene de su “apertura”, de su cualidad de “abierta” y de los estándares comunes”, me dijo en 2015 Alan Santos, un alto ejecutivo de Red Hat quien, junto con Prakash Aradhya, vinieron a Buenos Aires como parte de una gira por Latinoamérica para ver en vivo las innovaciones de las empresas locales en la arena del código libre. Quedaron sorprendidos con el nivel de adopción de estos sistemas en la región. «Las soluciones de código abierto son las más flexibles, y esto está a tono con las necesidades actuales de los negocios de cambio rápido y constante.» Una gran comunidad global dedesarrolladoress, gerentes de IT e incluso voluntarios, está abocada a mejorar la tecnología, a detectar errores y solucionarlos al instante.
El CEO de Red Hat, Jim Whitehurst, afirma que sus soluciones son las más baratas del mercado. No le va para nada mal. La compañía tiene clientes como Amazon, Dreamworks, Facebook y Petrobras de Brasil, entre otros. Jeffrey Hammond, analista de Forrester Research dijo que Netflix puede cobrar poco por su servicio (8 dólares al mes) porque su plataforma está construida sobre software de código abierto y soluciones de Red Hat.
Hoy la tendencia en IT es que las compañías migren sus servidores a la nube (cloud) por las ventajas que esto tiene, según sostienen los gerentes de sistemas: modelos flexibles, personalizables y baratos. La industria de servicios cloud computing habrá facturado US$ 150.000 millones cuando termine este año. Más del triple que en 2008, cuando cosechó US$ 46.000 millones. Y según Trend Micro, casi el 60% de las empresas ya tiene algún tipo de servicio corriendo en la nube.
El desafío actual para las empresas que de una u otra manera compiten en este rubro (Cisco, Red Hat, IBM, Oracle, HP, SAP) es, además de ser sus proveedores globales de soluciones y aplicaciones, convencer a más industrias para que gestionen sus sistemas en la nube como si fuesen una empresa bien 2.0, como Google o Facebook. Muchos compañías financieras son early adopter en la nube. E Gartner publicó un informe (“Top Industries Predicts 2019”) donde aseguraba que más del 75 % de los bancos del mundo procesarán la mayoría de sus transacciones en la web a fines de este año.
En aquella cumbre NetMundial de San Pablo, Nnenna Nwakanma, cofundadora de la Fundación del Software Gratuito y Open Source de África, impulsó a todas las mujeres a acceder a la web y “sacudir al mundo”. Bregó por una internet más libre, democrática y abierta, sin la vigilancia inquisidora de muchos organismos de seguridad norteamericanos. Insisto con mi pregunta inicial: cuatro años después de aquel encuentro, cambió algo? ¿El conocimiento está más democratizado o en manos de algunas pocas empresas? ¿Nuestra información personal y la data masiva de todo lo que hacemos está en nuestro poder? ¿La controlamos nosotros? ¿Hoy Internet es más libre que hace una década? ¿Es más igualitaria y equitativa? ¿Se encuentra a salvo de gobiernos y empresarios inescrupulosos?
En este panorama 2018, de fake news, desinformación, filtración de datos, hackeos y absusos publicitarios de todo tipo de parte de las grandes empresas tecnológicas, aquellos sueños iniciales de Sir Barnes Lee quedan cada vez más lejos y hasta ingenuos. Por eso es fundamental reconstruir una nueva Internet, más abierta (open source), descentralizada y equitativa con empresas que trabajen con esos objetivo y no solo pretender hacer dinero y acumular poder.