Les cuento una historia que me pareció fantástica. La leí en la excelente biografía “Astor Piazzolla, su vida y su música”, de María Susana Azzi y Simon Collier.
Resulta que en 1935, cuando Astor Piazzolla tenía 14 años, sus padres le prohibieron viajar junto a Carlos Gardel y su troupe hacia Colombia. El jóven Astor vivía en New York con su familia y había conocido al Zorzal mientras filmaba la película “El día que me quieras”. Astor hizo de extra (de canillita) y llegó hasta Gardel gracias a su talento musical. El niño precoz se convirtió en secretario privado, guía turístico y traductor del ídolo argentino durante los días en Manhattan. Gardel siguió viaje pero en una escala de aquella gira, el cantante y todos los demás pasajeros murieron tras un choque de aviones en el aeropuerto de Medellín.
La historia, el destino, la casualidad, el azar, lo que sea según quién lea esto, quiso que los padres de Piazzolla no lo dejaran viajar en aquel avión. Años después, Astor se convertiría en uno de los músicos y compositores más importante del mundo en el siglo XX.
Pero la historia es esta: El famoso Nonino, padre de Astor, le había tallado una figura de madera a su admiradísimo Gardel, que se la hizo llegar mediante su hijo horas antes del viaje mortal. Misteriosamente, esa figura sobrevive al accidente y aparece, muchos años después y chamuscado por el fuego, en una tienda de venta de cosas usadas en Manhattan. El local quedaba a apenas dos cuadras de la casa donde Nonino la había tallado muchos años antes. Se vendía a diez dólares y tenía un cartelito que decía, en inglés: “objeto perteneciente a un popular cantante argentino”.
Cuando Piazzolla ya era muy famoso, un amigo suyo la vio en la vidriera y se quedó petrificado. Fue a comprarla al otro día para regalarselo a Astor. El objeto ya no estaba. Se había vendido.
Lalo Zanoni 